Con algo más de 50 víctimas
en su haber entre 1913 y 1931... Dejaba un periodo de enfriamiento entre crímenes,
¡todos cometidos de forma similar!... Su máscara de cordura era un porte normal,
casi vulgar...Y sus víctimas tenían algo en común: ¡eran toreros!
El periodista y escritor taurino Paco
Aguado (Madrid, 1964) publicó hace unos meses en el número 16 de “Cuadernos de Tauromaquia” un
sugestivo ensayo con un título no menos atrayente: “Los toreros que mató Belmonte”. En él describe de manera profusamente documentada las consecuencias
que tuvo en la Fiesta de la Edad de Oro y parte de la de Plata la corrida
moderna impuesta por el diestro de Triana. Su toreo por primera vez basado en
los brazos, canalizaba la agresividad del toro haciéndole trazar una trayectoria
curva entorno a su figura. Y eso costaría la vida a muchos “imitadores”, pues en
casi 20 años se presentaron a las puertas del edén celestial más toreros que en
todo el siglo XIX.
Carpio (1916),
Ballesteros (1917), Malla (1920), Varelito y Granero (1922), Litri (1926), Gitanillo de
Triana y Carmelo Pérez (1931)... Interminable
es la lista de los que perdieron la vida en la arena arrastrados por la ambición
de llegar rápido a la cima haciendo del parón belmontista un acto de estoico
dramatismo. Sin embargo, Aguado no pierde referente histórico destacando en su
articulo en todo momento la corta, árida y seca embestida del toro post-decimonónico y el
estado de una medicina con escasos medios y precarias atenciones. Finalmente, el muchas
veces sepultado en vida haría mala la frase que de él dijo Guerrita: “¿Belmonte?,
el que quiera verlo que se de prisa”.
¿Enterrado o...
enterrador?
"Máscara de Juan Belmonte",
óleo sobre cartón (24 x 34) de Luis López.
2 comentarios:
Luis:
No sabes las veces que he entrado en el blog para hacerte un comentario sobre este retrato, pero no he podido, me lo quedo mirando y no sé que decir. Me da miedo, me inquieta, pero no doy para más. Otras veces sí que sé más o menos expresar lo que veo, pero aquí he pinchado en hueso. Y además me atrae, lo miro y cierro. Quería que supieses que no lo he pasado por alto, aunque esta vez haya ganado la obra al espectador.
Un saludo
Enrique,
la verdad es que al leer este verano el artículo de Aguado nunca pensé en Belmonte como un “ser maligno”. Pero su lectura y los derroteros que tomó este “post” me llevaron a imaginarlo así, como lo he plasmado. Ciertamente he buscado una imagen si no desasosegante si inquietante. Te voy a confesar que después de pintarlo, a lo largo de varios días, como si de un barómetro se tratase, fue cambiando de color hasta tener un aspecto aun más amarillento.
¿Cosas del óleo? Puede, pero si puedo alargar algo más la sombra del misterio, lo dejo ahí…
Como siempre, un abrazo afectuoso,
Luis
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