ese momento previo al inicio de paseíllo. Intenso momento. Con el cuerpo envuelto en la luminosa seda roja del capote, su mano se extiende para desear suerte a todos. Saludo que en cada espada es un gesto personal, pues aun recuerdo ese puño derecho cerrado con el pulgar arriba de Curro cada vez que se giraba a las cuadrillas.Y a la memoria me llegan unas líneas del poeta sevillano Adriano del Valle (1.896 – 1.957) al que Dámaso Alonso retrataba así en el prólogo de su libro “Arpa Fiel”: “¡Qué grande es este Adriano, cerca de nosotros, protegiendo nuestro irresoluto vivir, a fuerza de irradiación optimista de su sagrada calva, con tantos abrazos vegetales…!”. De él, como no podía ser de otra forma, su paseíllo:
queman su traca los gritos
de hombres, niños y mujeres,
y el viento va pregonando
su brisa en frescos sorbetes.
allí,
mariposas de sedas y caireles,
temblando por sus espaldas
los tres matadores vienen.
con sombra y sol,
los jinetes rinden su Breda taurina
saludando sonrientes.






