miércoles, 10 de septiembre de 2008

Libro: "Ignacio Sánchez Mejías".


El 11 de agosto de 1934 caía mortalmente herido Ignacio Sánchez Mejías en la
plaza de toros de Manzanares (Ciudad Real). Alternaba con Armillita y Alfredo Corrochano. Este último, gran amigo de él, acudió al quite en ese fatal momento. "¡Por ahí no, Alfredito, que no me suelta!" llegó a indicarle con el muslo derecho prendido en el pitón de Granadino en unos interminables segundos. Después el enorme charco de sangre en la arena, como si hubiera corneado a un caballo. Moriría dos días después en Madrid.

Cuando conocí a Andrés Amorós (Valencia, 1941), el autor de esta interesante y muy recomendable biografía del torero sevillano, en la pasada Feria del Libro de Madrid le comenté que relatos como este elevan a los toreros a la categoría de héroes en unos tiempos en los que, como muy bien dice, si hubiera sido norteamericano hubiese sido el protagonista de más de una serie o película. Porque Ignacio no fue solo un torero que empezó como banderillero y alternó dignamente con los maestros de la edad de oro, Joselito y Belmonte. Fue presidente del Real Betis y publicó artículos en el periódico La Unión siendo cronista de sus propias faenas. Se adentró en el teatro, concretamente estrenó un drama con influencias de Freud, y apoyó a los escritores de la Generación del 27 con su amistad y también, porque no decirlo, económicamente. Conocida es la foto e
n la que está rodeado de poetas como Salinas, Guillén, Bergamín y Aleixandre. Y más recordada por los taurinos es la instantánea del fotógrafo Baldomero en Talavera en mayo de 1920: Ignacio junto al cadáver de su cuñado Joselito cogido horas antes por Bailaor. El dramatismo de la escena me llevó a interpretarla como veis en este agua tinta cuyo título lo he basado en el poema de García Lorca: "Sánchez Mejías, el llanto de si mismo".


Arriba: Portada del libro editado por Alianza Editorial.
Abajo: Agua tinta sobre papel del autor.

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