El pintor que recuerdo en
este post, Enrique Simonet Lombardo, nació en 1863 en Valencia. Desde niño ya garabateaba
cuartillas de manera irrefrenable por un impulso creativo. Su juventud fue un
aprendizaje continuo entre Valencia y Málaga, en definitiva, la luz y el color.
A finales de siglo logró su máxima aspiración: viajar a Roma con todo lo que influyó en su espíritu,
en la temática de sus obras y en su técnica y estilo. Simonet se sintió dominado
por los grandes maestros de siglos pasados a los que devotamente se sintió
unido. Su primer envío desde la Ciudad Eterna fue el lienzo “La decapitación de
San Pablo” y más tarde viajó a Galilea y Jerusalén donde copiaría numerosos paisajes
y rincones que sirvieron para su obra
posterior.
Corre el año 1892 cuando
el pintor ha conseguido un sólido prestigio. Es entonces cuando sus pinceles
sienten el afán de adentrarse en el mundo taurino. Fue en 1897 cuando comienza “El
quite”, obra que muestro abajo (óleo sobre lienzo 268 x 477 cm)
Se trata de un cuadro lleno de emoción, vitalidad, realismo
y riqueza de colorido. De composición horizontal, el pintor abandonó su gama de grises y colores terrosos por otras más cálidas y alegres. El lienzo muestra una gran maestría compositiva, un
acertado uso de los trazos y el juego de la luz deslumbrante que cae sobre dos
de los personajes que, medio cegados, presencian la caída aparatosa del picador.
El grupo central lo componen el picador en la arena, temeroso y expectante, y
el caballo que, ante el toro ya recogido, rotas las bridas y a punto de caer,
bracea en el aire. Como defecto se puede señalar el fallo en el dibujo del toro, algo propio de un pintor poco animalista.
Todas las figuras son dignas
de un estudio detallado pues en todas ellas se detuvo el pintor recreándose en
su labor. En cada personaje se palpita la emoción, los gestos y las expresiones
que hacen del cuadro una estampa que recoge un lance de toreo antiguo. Y si no hubiera
en la producción de Simonet más obra que ésta, por sí sola le hubiera dado celebridad
suficiente.
Finalmente destacar que la obra envejeció mal. El pintor empleó gruesos emplastes, circunstancia esta que provocó con el paso del tiempo numerosos deterioros y craqueladuras en la obra, al márgen de roces, roturas leves y picaduras. Por todo ello la obra ha sido restaurada por la Consejería de Cultura, a través del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
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