domingo, 23 de mayo de 2010

El más peligroso morbo.

Decía de manera genial Ortega (no Domingo, sino el otro grande, don José), que la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer la sociedad. Y en ese microcosmos que es el toreo, no cabe frase más lapidaria y perfecta.

Hasta el viernes la Feria de San Isidro transcurría de manera anodina, pues a la pregunta de “¿qué tal la tarde?” la respuesta no pasaba de un insulso “bueno…”. Costumbre, fea rutina en la que nos habíamos embarcado los aficionados, hasta que en uno de los carteles estrella la parca cogió de la pechera a propios y extraños para hacernos ver que ella también cuenta en este juego. Disimuló su negra túnica de jabonero color y tomo a Julio Aparicio como el asceta perfecto para su ejercicio de mortificación. Su imagen, como descoyuntado faquir, fue portada de la prensa ayer y arrancó la mayoría de los informativos. Afortunadamente ha salvado la vida pero de nuevo, como ocurrió hace casi un mes con José Tomás, destaca el perturbado desarreglo de los medios que muchos taurinos, por contra, destacan. Ningún valor, en cambio, tienen la inspirada faena del mismo Aparicio en Nîmes el día anterior o, por ejemplo, la didáctica de Morante esta mañana en la misma plaza con buen gusto, temple y evocaciones gallistas. Irrepetible.
Morbo, morbo, morbo, más morbo por favor... tendría que adaptar y cantar Aute, oportunista taurino de 5 a 7, si ahora quisiera hacer canción protesta. En la Fiesta, políticamente incorrecta hoy, además de "su toro", también muere el hombre.

Julio Aparicio visto por Luis López (tinta sobre papel).

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