Hubo una vez vez un torero que vivió una vida de cuento con feliz final. ¡Torero! ¡torero! ¡torero!... gentío que gritaba, alamares ausentes de la deshilachada seda grana, hombrera casi arrancada y el gesto dolorido a hombros. ¡Con más mimo me han llevado las asistencias a las enfermerías de España, de Francia... ! .
De la Francia de Céret se podría hablar donde hace dos años un colorao hizo de él un pelele de carnes abiertas y cara partida, sin constantes vitales. Y Padilla muriéndose antes que él de la impresión. Se paró la corrida. Como ayer cuando otro colorao de nombre Beato puso más gloria aun en su historia. Toro de vuelta al ruedo, de estocada recibiendo desde lejos, de gallardo farol, naturales profundos y personales derechazos en redondo de intencionado viaje cortito antes del remate: Esplá y su tauromaquia. Artista y público entregados en el brindis y antes el después, el último tercio en Madrid con los avivadores en la mano, el tercero defectuoso y bellos y emotivos los dos primeros. ¡Gracias por no dejar nunca las banderillas, torero!. Ni ese capote de intenso azul, salvia farinácea al viento en la media de remate.
Todo al revés, como tu vida torera. Del sudor a la gloria. Hora es Marco Antonio que dejes descansar a tus legiones armadas de arqueológica tauromaquia en el Cossío para compartir catre con la Cleopatra de tus sueños.
Un hueco tienes en la Historia.
Luis Francisco Esplá según Luis López.
(ceras sobre papel)
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